DUNA AL DESNUDO
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Poema de la dualidad


Esta otra que también soy yo,
que rima el ahora con azul, y crece entre humo y luz;
esta que trepa los muros que se alzan dentro, 
por ti o acaso por mí, o por el mundo y los dos;
que se deshace en versos, y se hace lago anegado de sola soledad;
esta que es algodón y pluma , también esparto y piedra;
esta que escribe desde la nueva alegría, y la inusitada tristeza,
esta que ves entre fogones, o entre satén y sedas de cama, 
esta otra que hay en mí, 
también te ama.

Duna.
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Poema para ti (desde París)


...será porque tus sonidos nuevos
han suplantado todo lo antiguo

será porque tanto ruego
se apostó a la sombra de los manzanos
trocando la sombra en luz

será la noche
será la música, las letras, París

¿serás tú...?

Duna 

Frase de papel



Piedra, 
pájaro,
papel, 

a veces un cigarro de sabor a canela,
o un pasaje a Creta,
con embestida del Minotauro,
y otra vuelta al laberinto 

mi sanación, triunfo tuyo, 
por la que floto como fiera

alfiler de espuma
y un bocado de cielo, 
aunque más no sea,

una aspiración de algo etéreo
y una frase en bicicleta
que rueda por mi inconcluso poema

rojo
como el paisaje;
antiguo 
como el dilema.

Duna

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Poema, Los dominios de seda.


Tú, artesano,
transitas,
tejes,
y penetras
mis dominios de seda

secretos
de luz,
sombra, y piel.

Y llegado a pompa de jabón,
te dejas transitar,
acariciar,
y beber,
en ríos de leche y miel

más bien 
lluvia en secreto
más bien, 
lluvia compartida

en secretos 
de luz, sombra, y piel.

Duna

Safe Creative #1306185289964

Poema con Bagaje


Antes que anocheciera
la cordura hizo el equipaje.

Orilló el abismo de la ausencia,
sublimando la presencia.

Sólo metió en su maleta
un amor evaporado
y un adiós dolorido como meta.

Ligero, presto, vencido, casi moribundo,
-sobre el rayo de luna ensangrentado-,
merodeó errabundo.

Plegó recuerdos,
guardó anhelos,
y partió.

Es tiempo,dijo,
es ya tiempo para el adiós.

Duna
De mi poemario "Bies de la Vida"  

Poema del poeta


Antaño, hace apenas siglos,
el poeta era el enfermero al que acudir
en un exceso de tristeza,
en un desborde de amor,
en la necesidad de morir.
Comprendía, sanaba, compartía.

Ahora, el poeta es el enfermo
al que se debe asistir.

Hoy el poeta abre cuentas en las redes,
en lugar de papel, usa pantallas modernas,
lucha por un millón de amigos,
por un millar de "likes" fríos,
sin respaldo, ni abrigo.

Hoy, el poeta está necesitado de la sociedad;
no es libre; no sabe ser fiel a su esencia.
Pero, la sociedad no necesita al poeta.

¿Qué se puede hacer en consecuencia?

...piiiiii...Ahora no le puedo atender.
Después de la señal deje su  mensaje.
Si tiene suerte, le llamaré....

Duna
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Dosis de placer (I)

Elena y Eduardo vivían en la calle Campoamor, él en la acera impar, y ella en el número 2. Las ventanas de sus respectivas casas eran como dos escaparates. Elena se había percatado de lo guapo que era él, pero nunca pasó de ahí. Era un año o dos más joven que ella, y eso siempre la desagradó en un hombre; tampoco le gustaban los seres demasiado guapos, lo cual excluía, definitivamente, a su vecino. Se conocían de verse por la ventana, o en la calle, nada más.
Ella recién terminado Magisterio quería investigar en ciencias y se matriculó en Auxiliar de Laboratorio. El destino hizo el resto para que coincidiera con su vecino en las clases. Cada día bajaban juntos el Paseo de Canalejas, hablando de todo y nada. Era tan guapo, que sus palabras perdían fuerza en el marco de su cara. La extrañaba no sentir atracción por él, mientras sus compañeras morían al verlo, pero le sentía un niño a su lado. La relación entre ellos se fue consolidando entre apuntes, experimentos de laboratorio, y salidas a prácticas de campo. Elena lo fue queriendo y él se fue enamorando.
Aquel día, nadie sabía que iba a ser el último en aquella escuela. 
Antes de entrar a clase, esperaron al profesor de pie en el angosto pasillo. Él se sentó en el suelo, y mirando hacia arriba, desde los pies hasta las trenzas, la desnudó con descarada lujuria. Ella le sostuvo la mirada, mientras los compañeros hablaban de elipses, óvalos, y técnicas.
El profesor de dibujo lineal, se empeñó en que alguien había hecho los trabajos a Elena, y no se equivocaba, pero lo dijo gritando, mientras miraba a Eduardo. Ella se levantó, con la rebeldía de quien no sabe coger un compás, y la honestidad de saber inocente a su compañero. Miró desafiante al profesor que solo tenía un curso más que ella, y dijo: "A usted le falta mucho para ser maestro". Tomó sus libros, miró a sus compañeros, y se marchó.
Sintió miedo y admiración en los rostros de sus amigos a los que sonrió. El profesor montado en su soberbia, calló, mientras Eduardo la miraba como se mira a un ser libre: con admiración. Horas después, hablaron largo y tendido de lo ocurrido en clase, y él aceptó con tristeza la decisión de Elena de no volver a aquella escuela. Seguían mirándose por la ventana, y sonriéndose, mientras él miraba las fotos que le había hecho.
Ella, cada noche frente a la ventana, esperaba el paso del Expreso París-Lisboa. Su mirada de poeta no dejaba pasar ese mágico momento, y su mirada de mujer se congeló en la ventana de Eduardo, que era la única con luz en el edificio de enfrente. Lo que vio, fue suficiente para apagar la luz, y mirar descaradamente. Con la mano entre sus muslos se hizo cómplice de los juegos solitarios de él.
Esa noche no vio, ni escuchó más tren que el expreso del deseo.

Duna.
Safe Creative #1306095242585

Poema de Salamanca


Me dejé seguir esta noche.
El aroma de tu mirada sembraba el empedrado de la Rúa.

Atrás, silentes, seguía viendo la Catedral,
las facultades, Ciencias la tuya,
Derecho la mía,
e iba rescatando los momentos
detenidos en los zaguanes
que albergaron besos furtivos.

La Latina fumaba el último cigarrillo
tras marcharse todas las risas
antes que amanecieran los libros.

Me dejé seguir por Salamanca,
por ti,
y reencontré mi historia
al final de Gran Vía.

Duna
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Poema del crepúsculo


Ni después de tanto silencio,
se ve satisfecho el deseo de recordar.

Una cortina de agua
asciende desde las piernas hasta los ojos
borrando los colores acuarelados con saliva
de mis tardes.

Han renacido soles como amapolas,
en los páramos sembrados de éter y abrojos.
De ti, solo queda una reiterada pesadilla
que intenta ser cierta, pero se engaña.
No admite que ya no eres puerto posible
ni escudo de extraños,
nadie
nada.

Perdida la fe de los ancestros,
solo quedaba un individual ser enfrente,
que también cayó en la última jugada.

Sólo una isla de recuerdos
recuerdos de costas azules
azules tardes de cúpula dorada
dorada mirada lisiada de iris
que sostengo, hace siglos, a base de versos

Hoy, me declaro culpable de haberte querido
e inocente de perseguir tu olvido.

Del puerto azulísimo
quedan apenas restos del naufragio.

Duna.

Safe Creative #1306025203570
 

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